La Tierra, ese tamiz sorprendente

19/08/2013

La diferencia es clara: casi ningún agua superficial es potable.

Para que un agua superficial quede apta para el consumo hay que depurarla y potabilizarla. Y eso en todas las ocasiones.

Y en la atmósfera, en las fases del ciclo hidrológio de la naturaleza – evaporación del agua marina, condensación en la atmósfera, precipitación, escorrentía (deslizamiento del agua por el terreno), acumulación superficial o infiltración en el suelo y evaporación o vuelta al mar, el agua puede cargarse de substancias contaminantes que la inutilizan para el consumo.

Además, los vertidos industriales, las aguas negras de las ciudades, los abonos y los pesticidas transforman ese agua en un líquido inservible y, a su vez, contaminante, que tan solo un controladísimo tratamiento de potabilización puede recuperar.

Por el contrario, en el caso de las aguas subterráneas tienen lugar dos importantes fenómenos reguladores:

Su lenta circulación (del orden de unos centímetros/día en la mayoría de los casos) conlleva largos tiempos de contacto del agua con rocas que solubilizadas lentamente, aportan al agua las sales minerales que la caracterizan.

El filtrado natural del agua al atravesar el subsuelo. En los terrenos permeables por porosidad, cuanto menor es el tamaño de los poros que filtran el agua, más efectivo resulta el proceso de retención de microorganismos y substancias coloidales.

Mineralización y Filtración son, pues, las características distintivas y enriquecedoras de las aguas subterráneas frente a las superficiales.

Representación gráfica del manantial de Alzola elaborado por Elgoibarko Espeleologi Taldea

Representación gráfica del manantial de Alzola elaborado por Elgoibarko Espeleologi Taldea, antiguamente Leizarpe y Grupo Espeleología de Morkaiko.

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