Baños de Alzola en agosto de 1891
21/10/2024En el verano de 1891, el balneario de Alzola se convirtió, una vez más, en el escenario de encuentros de la alta sociedad española que buscaba mejorar su salud física. La carta publicada por Isidoro Lazcano en el periódico “La Rioja” el 8 de agosto de ese mismo año, nos ofrece un detallado retrato de la vida en este idílico lugar, donde nuestras aguas medicinales atraían a personalidades de renombre del ámbito político, social y económico.
Este artículo busca abrir una ventana al pasado de Alzola en el siglo XIX, cuando las estadías en los balnearios eran una tradición bien asentada entre las clases más acomodadas, y Alzola se consolidaba como uno de los destinos de balneoterapia más importantes del norte de España.
Un baño de salud en un entorno privilegiado
El balneario de Alzola ofrecía tratamientos terapéuticos con sus aguas sulfurosas y bicarbonatadas, y también descanso y socialización. Como relata Lazcano, el clima de la región era especialmente agradable en pleno verano, lo que hacía de Alzola un sitio ideal para escapar del calor sofocante de las grandes ciudades. El cronista describe cómo la vida en el balneario de Alzola transcurría sosegadamente entre paseos matutinos para beber las aguas, actividad recomendada por los médicos de la época, y las tertulias de la tarde en las fondas.
En aquel momento, las principales opciones de alojamiento eran la fonda de nuestro establecimiento, el Boulevard, y la fonda Urquiza, regentada por Ignacio Urquiza. Según Lazcano, esta última destacaba por su comedor espacioso y una magnífica huerta, donde los huéspedes se entretenían y relajaban después de los tratamientos. Además, el ambiente de la fonda era alegre y distendido, con partidas de cartas y billar, que amenizaban las tardes de los bañistas.
A través del relato de Isidoro Lazcano, podemos vislumbrar no solo las características de nuestro balneario y su entorno, sino también la vida cotidiana de los bañistas, las personalidades que lo frecuentaban y el rol que Alzola jugó como punto de referencia en la sociedad de la época. A pesar de la modestia del lugar, en comparación con otros balnearios más lujosos de su tiempo, Alzola contaba con una buena afluencia de huéspedes que superaban las 300 personas durante el verano. Esto muestra que, aunque quizás no era el balneario más opulento, su éxito radicaba en la calidad de sus aguas, y estaba bien considerado entre aquellos que buscaban una mejora en su salud.
La élite política y social en Alzola
Uno de los aspectos más interesantes de la publicación de Lazcano es la mención a las figuras políticas y sociales que acudían a Alzola. El primer nombre que resalta es el de Práxedes Mateo Sagasta, una de las personalidades más influyentes de la política española del siglo XIX. Sagasta, quien fue presidente del Consejo de Ministros del Reino de España en varias ocasiones durante la Restauración borbónica, gozaba de una buena salud durante su estancia en Alzola, según relata Lazcano. De hecho, el cronista menciona que vio a Sagasta tomando sus últimos vasitos de agua medicinal antes de partir hacia Biarritz, lo que indica que su tratamiento en Alzola fue exitoso.
Además de Sagasta, en Alzola se encontraban otras personalidades de la política y la aristocracia. Santos Isasa, Ministro de Fomento y Gobernador del Banco de España, era uno de los bañistas habituales. También estaban presentes Hilario Igón, Presidente del Supremo; y el Marqués de la Conquista, Don Luis Goyoaga. El Marquesado de la Conquista es un título nobiliario español, que fue otorgado por primera vez por el rey Carlos I al Capitán Francisco Pizarro, Conquistador del Perú.
La carta menciona con frecuencia a familias enteras, lo que sugiere que Alzola además de ser un destino para tratamientos médicos, era un lugar de vacaciones para las élites. Don Alejandro Groizard, destacado abogado y Ministro de Justicia, asistió al balneario de Alzola con su familia, al igual que el general Zapata y la del general de brigada don José Salcedo. La familia Chávarri es otro de los ejemplos mencionados, concretamente los hermanos don Víctor y don Leonardo Chávarri.
Víctor Chávarri fue un empresario vinculado a la Revolución Industrial de Vizcaya, que mandaría construir en 1894, al arquitecto belga Paul Hankar, en la actual Plaza Federico Moyúa de Bilbao, el Palacio Chávarri de estilo neoflamenco. En el momento de la visita al balneario de Alzola, los hermanos Chávarri eran propietarios del yate Laurac-Bat, en el que partieron desde Deva junto a Sagasta y el diputado por Bilbao, don Eduardo de Aguirre, hacia Biarritz.
Este dato refleja la opulencia y el estatus social de algunos de los bañistas de Alzola, que disfrutaban de la vida social y el lujo que ofrecían tanto el balneario como los alrededores. El relato de Lazcano concluye con la despedida de Práxedes Mateo Sagasta, quien tras su estancia en Alzola y una cálida despedida por parte de los bañistas, partió hacia Biarritz en el yate de los Chávarri.
La marcha de Sagasta a Biarritz fue un acontecimiento que marcó a la comunidad veraniega de Alzola, pero la satisfacción de haberlo visto mejorar de salud fue el consuelo para aquellos que lamentaban su partida. De alguna manera, el balneario de Alzola era un lugar de encuentro entre las élites, donde las relaciones sociales y los cuidados médicos iban de la mano.
El ambiente y la vida cotidiana en el balneario
Más allá de las figuras destacadas, Lazcano describe con detalle cómo era la vida cotidiana en el balneario. El cronista hace hincapié en el entorno natural, aunque nuestra aldea no tenía nada extraordinario, se menciona las casas y la pequeña iglesia que aún sigue en pie. Además, señala que el clima y la tranquilidad eran más que suficientes para atraer a los bañistas.
La carretera que unía Alzola con Deva, y por la que circulaban los coches de caballos, era una de las principales vías de comunicación, y también una ruta frecuentada para los paseos vespertinos de los bañistas. En cuanto a las actividades diarias, los bañistas dedicaban las mañanas a pasear y tomar las aguas, mientras que por las tardes se realizaban visitas a Mendaro, donde se podían degustar los famosos bizcochos de la localidad.
El día transcurría de manera relajada, en un ambiente de ocio y reposo. Las tertulias y los juegos de cartas, como el tresillo, eran una parte importante de la vida social en el balneario, mientras que aquellos menos interesados en los juegos se entretenían con las caminatas o simplemente disfrutaban del clima y la compañía. A pesar de la afluencia de visitantes y del prestigio de algunos de ellos, Lazcano no duda en señalar que el balneario de Alzola necesitaba algunas mejoras.
Aunque las fondas ofrecían un servicio excelente y los huéspedes se sentían bien atendidos, el cronista sugiere que el propietario del balneario de Alzola debía invertir en mejoras para aumentar la capacidad y el confort del establecimiento. En comparación con otros balnearios de la época, Alzola parecía menos ostentoso, pero su popularidad seguía en aumento, y Lazcano preveía que, con algunas mejoras, podría consolidarse como uno de los mejores destinos termales de España.
Por un anuncio publicado dos años más tarde, sabemos que en el Balneario de Alzola se llevaron a cabo obras de mejora. Lazcano destaca también el buen trato que recibían los bañistas en Alzola, quienes eran atendidos con solicitud y afecto por el personal del establecimiento y de las fondas. Parece ser que en nuestro antiguo balneario profesaban la atención personalizada y el trato cercano.